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Los rostros de las protestas en Kenia

Los rostros de las protestas en Kenia
Djae Aroni, abogado y guitarrista afropunk keniano.
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Djae Aroni (31 años), estudió la licenciatura de Derecho y un máster en leyes en la Universidad de Londres. Guitarrista del grupo afropunk Crystal Axis, regresó a Nairobi para apoyar a su país. Miembro del colectivo social Powa 254 (en alusión al prefijo de Kenia), participa en todas las protestas. “Las del año pasado surgieron sin organización, sin un líder o partido, fueron todos los kenianos de todos los sectores y rincones del país los que salieron a la calle para protestar contra el proyecto de ley de finanzas”, dice desde la sede de Powa 254. “Fue alentador ver cómo nos unimos, cómo nos apoyamos, cómo nos organizamos y en qué se convirtió el movimiento, no solo para Kenia, donde [el presidente del Gobierno, Willian] Ruto tuvo que retirar la ley, sino a nivel regional, porque se generaron muchas conversaciones en torno a la deuda en otros países africanos”, añade. Para Aroni, el uso de plataformas como TikTok, Instagram o X fue fundamental para el éxito de las protestas, y lo sigue siendo hoy en día para continuar con la lucha y organizar mejor las marchas en 2025. “Usamos las redes sociales para movilizarnos, compartir información y difundir imágenes de lo que estaba sucediendo, porque la brutalidad policial se produjo casi desde el principio”.
Djae Aroni (31 años), estudió la licenciatura de Derecho y un máster en leyes en la Universidad de Londres. Guitarrista del grupo afropunk Crystal Axis, regresó a Nairobi para apoyar a su país. Miembro del colectivo social Powa 254 (en alusión al prefijo de Kenia), participa en todas las protestas. “Las del año pasado surgieron sin organización, sin un líder o partido, fueron todos los kenianos de todos los sectores y rincones del país los que salieron a la calle para protestar contra el proyecto de ley de finanzas”, dice desde la sede de Powa 254. “Fue alentador ver cómo nos unimos, cómo nos apoyamos, cómo nos organizamos y en qué se convirtió el movimiento, no solo para Kenia, donde [el presidente del Gobierno, Willian] Ruto tuvo que retirar la ley, sino a nivel regional, porque se generaron muchas conversaciones en torno a la deuda en otros países africanos”, añade. Para Aroni, el uso de plataformas como TikTok, Instagram o X fue fundamental para el éxito de las protestas, y lo sigue siendo hoy en día para continuar con la lucha y organizar mejor las marchas en 2025. “Usamos las redes sociales para movilizarnos, compartir información y difundir imágenes de lo que estaba sucediendo, porque la brutalidad policial se produjo casi desde el principio”.Diego Menjíbar
Anami Daudi Toure (26 años), director del Centro de Justicia Social de Mukuru, fue uno de los líderes de las protestas de 2024 y sigue asistiendo a todas las movilizaciones que se organizan. “He salido a las calles desde 2018 para denunciar la mala gobernanza, la corrupción, los casos de ejecuciones extrajudiciales en los asentamientos informales” y las injusticias históricas que siguen afectando a los barrios más empobrecidos del país, afirma frente a la comisaría central de policía de Kenia, el pasado 9 de junio con una bandera keniana entre sus manos. Ha acudido para protestar por la muerte de Albert Omondi Ojwang, detenido por acusar de corrupción en la red social a un alto cargo de la policía. Un día después, murió en esa comisaría mientras estaba bajo custodia policial. Toure vive en Mukuru, una de las barriadas más grandes de Nairobi, donde acceder a servicios básicos es un lujo pese a que la ciudadanía paga impuestos. “Miles de millones se roban cada día, pero no hay rendición de cuentas y los jóvenes están siendo asesinados todos los días porque no tienen empleo”. Para el activista, la subida de impuestos que impulsa el Gobierno de William Ruto es “una penalización por ser pobre”. “Obliga a la ciudadanía a pagar una deuda externa que no nos ha beneficiado como país”, mientras se recortan fondos en educación o salud y se incrementa el presupuesto destinado a “la residencia presidencial y sus asesores”. Participó en todas las marchas de junio de 2024. “Ahora mucha gente protesta más en redes sociales porque en las calles nos matan”, dice. Como ejemplo, las marchas del miércoles pasado, donde murieron al menos 19 y 531 resultaron heridos por la violencia de los agentes, según confirmó la Comisión Nacional de Derechos Humanos de Kenia
Anami Daudi Toure (26 años), director del Centro de Justicia Social de Mukuru, fue uno de los líderes de las protestas de 2024 y sigue asistiendo a todas las movilizaciones que se organizan. “He salido a las calles desde 2018 para denunciar la mala gobernanza, la corrupción, los casos de ejecuciones extrajudiciales en los asentamientos informales” y las injusticias históricas que siguen afectando a los barrios más empobrecidos del país, afirma frente a la comisaría central de policía de Kenia, el pasado 9 de junio con una bandera keniana entre sus manos. Ha acudido para protestar por la muerte de Albert Omondi Ojwang, detenido por acusar de corrupción en la red social a un alto cargo de la policía. Un día después, murió en esa comisaría mientras estaba bajo custodia policial. Toure vive en Mukuru, una de las barriadas más grandes de Nairobi, donde acceder a servicios básicos es un lujo pese a que la ciudadanía paga impuestos. “Miles de millones se roban cada día, pero no hay rendición de cuentas y los jóvenes están siendo asesinados todos los días porque no tienen empleo”. Para el activista, la subida de impuestos que impulsa el Gobierno de William Ruto es “una penalización por ser pobre”. “Obliga a la ciudadanía a pagar una deuda externa que no nos ha beneficiado como país”, mientras se recortan fondos en educación o salud y se incrementa el presupuesto destinado a “la residencia presidencial y sus asesores”. Participó en todas las marchas de junio de 2024. “Ahora mucha gente protesta más en redes sociales porque en las calles nos matan”, dice. Como ejemplo, las marchas del miércoles pasado, donde murieron al menos 19 y 531 resultaron heridos por la violencia de los agentes, según confirmó la Comisión Nacional de Derechos Humanos de KeniaDiego Menjíbar
Okoth Omondo (27 años) es una de las figuras más destacadas de las protestas. “Empecé explicando informes complejos, que la mayoría de kenianos no entienden por su lenguaje técnico, para que los jóvenes comprendieran mejor temas como el presupuesto nacional o las leyes fiscales y salieran a protestar más informados”, explica desde el puente que pasa por la carretera que une el centro de Nairobi con la ciudad comercial de Thika, la misma por la que miles de personas marcharon el 25 de junio de 2024 en la manifestación más masiva de Nairobi. “Al explicar estos casos de corrupción, mis vídeos empezaron a viralizarse y el Gobierno empezó a marcar mis contenidos como “incitadores”, así que fui perseguido, vigilado y finalmente secuestrado por hombres enmascarados tras una gran protesta”, recuerda Omondo. “Me tuvieron toda la noche dando vueltas; creo que no me mataron porque en ese momento el patrón era secuestrarnos y asustarnos, pero quizás, si hubiera ocurrido ahora, habría aparecido muerto, igual que Albert [Ojwang]”.
Okoth Omondo (27 años) es una de las figuras más destacadas de las protestas. “Empecé explicando informes complejos, que la mayoría de kenianos no entienden por su lenguaje técnico, para que los jóvenes comprendieran mejor temas como el presupuesto nacional o las leyes fiscales y salieran a protestar más informados”, explica desde el puente que pasa por la carretera que une el centro de Nairobi con la ciudad comercial de Thika, la misma por la que miles de personas marcharon el 25 de junio de 2024 en la manifestación más masiva de Nairobi. “Al explicar estos casos de corrupción, mis vídeos empezaron a viralizarse y el Gobierno empezó a marcar mis contenidos como “incitadores”, así que fui perseguido, vigilado y finalmente secuestrado por hombres enmascarados tras una gran protesta”, recuerda Omondo. “Me tuvieron toda la noche dando vueltas; creo que no me mataron porque en ese momento el patrón era secuestrarnos y asustarnos, pero quizás, si hubiera ocurrido ahora, habría aparecido muerto, igual que Albert [Ojwang]”.Diego Menjíbar
Es 9 de junio y Queentermillian cumple 23 años. Ha venido desde su casa, en el ‘slum’ de Mukuru para protestar frente a la comisaría central de policía de Nairobi por la muerte de Albert Omondi Ojwang. “La policía debería proteger a los ciudadanos, pero estamos siendo víctimas del abuso de poder policial, están matando a nuestros compañeros y luego nos mienten diciendo que se golpean contra la pared y mueren”, condena. Y añade: “Estamos luchando por una Kenia mejor para todos nosotros”.
Es 9 de junio y Queentermillian cumple 23 años. Ha venido desde su casa, en el ‘slum’ de Mukuru para protestar frente a la comisaría central de policía de Nairobi por la muerte de Albert Omondi Ojwang. “La policía debería proteger a los ciudadanos, pero estamos siendo víctimas del abuso de poder policial, están matando a nuestros compañeros y luego nos mienten diciendo que se golpean contra la pared y mueren”, condena. Y añade: “Estamos luchando por una Kenia mejor para todos nosotros”.Diego Menjíbar
Tiffany Wanjiru (28 años) es investigadora en el Centro Social de Justicia de Mathare, donde lleva un año documentando violaciones del derecho a la vivienda. “Queremos asegurarnos de que los problemas que enfrentamos en Mathare estén respaldados por una investigación basada en evidencias”, explica. Su trabajo consiste en recoger datos, fotos y testimonios para que puedan utilizarse como pruebas legales. “Cuando vamos a los tribunales por desalojos, tenemos historias de vida reales”, dice. Recientemente, ha concluido un estudio sobre la gestión de tierras y el derecho a la vivienda, tras las demoliciones que tuvieron lugar el año pasado junto al río que atraviesa Mathare. “El presidente vino y dijo que las casas debían demolerse por estar cerca del río. Lo dijo por la mañana y por la tarde ya estaban las excavadoras”, denuncia el pasado 10 de junio desde el mismo lugar en el que se produjeron los desalojos. No hubo preaviso ni compensación. “Lo que llevabas puesto era lo único que te quedaba. Todo lo demás desapareció”. Aunque un tribunal falló a favor de las víctimas y ordenó compensaciones, “el Gobierno dijo que no tenía dinero”. Algunas personas siguen viviendo al raso: “Por la noche, si vienes aquí, hay gente durmiendo fuera. Beben para no sentir el frío”.
Tiffany Wanjiru (28 años) es investigadora en el Centro Social de Justicia de Mathare, donde lleva un año documentando violaciones del derecho a la vivienda. “Queremos asegurarnos de que los problemas que enfrentamos en Mathare estén respaldados por una investigación basada en evidencias”, explica. Su trabajo consiste en recoger datos, fotos y testimonios para que puedan utilizarse como pruebas legales. “Cuando vamos a los tribunales por desalojos, tenemos historias de vida reales”, dice. Recientemente, ha concluido un estudio sobre la gestión de tierras y el derecho a la vivienda, tras las demoliciones que tuvieron lugar el año pasado junto al río que atraviesa Mathare. “El presidente vino y dijo que las casas debían demolerse por estar cerca del río. Lo dijo por la mañana y por la tarde ya estaban las excavadoras”, denuncia el pasado 10 de junio desde el mismo lugar en el que se produjeron los desalojos. No hubo preaviso ni compensación. “Lo que llevabas puesto era lo único que te quedaba. Todo lo demás desapareció”. Aunque un tribunal falló a favor de las víctimas y ordenó compensaciones, “el Gobierno dijo que no tenía dinero”. Algunas personas siguen viviendo al raso: “Por la noche, si vienes aquí, hay gente durmiendo fuera. Beben para no sentir el frío”.Diego Menjíbar
El doctor Wilfred Riungu es el responsable del Centro de Salud Comunitario de Kibera, gestionado por la ONG Amref y situado en la barriada marginal más grande de la capital —se calcula que allí viven más de un millón de personas—. Proporciona servicio de maternidad las 24 horas del día y atiende a 4.500 personas con VIH. “Gracias al tratamiento contra el VIH que proporcionamos, el 99% de nuestros pacientes están con la carga viral suprimida, es decir, que no pueden contagiar el virus, lo que es un logro enorme”, explica desde su despacho el doctor. Le preocupa la falta de fondos, a la que el desmantelamiento de USAID (la agencia de cooperación de Estados Unidos) ha dado el puntapié definitivo. “Nuestras reservas de antirretrovirales nos alcanzan hasta septiembre y no tenemos vacunas contra la polio, en un momento en el que estábamos a punto de eliminar la enfermedad”, confirma Riungu. “Las consecuencias pueden ser catastróficas, porque en estos momentos, además, Kenia está acogiendo a refugiados de países como Somalia o Sudán del Sur, con servicios sanitarios fallidos, y los niños que llegan no están vacunados, lo que puede erosionar todos nuestros logros de los últimos años”, añade.
El doctor Wilfred Riungu es el responsable del Centro de Salud Comunitario de Kibera, gestionado por la ONG Amref y situado en la barriada marginal más grande de la capital —se calcula que allí viven más de un millón de personas—. Proporciona servicio de maternidad las 24 horas del día y atiende a 4.500 personas con VIH. “Gracias al tratamiento contra el VIH que proporcionamos, el 99% de nuestros pacientes están con la carga viral suprimida, es decir, que no pueden contagiar el virus, lo que es un logro enorme”, explica desde su despacho el doctor. Le preocupa la falta de fondos, a la que el desmantelamiento de USAID (la agencia de cooperación de Estados Unidos) ha dado el puntapié definitivo. “Nuestras reservas de antirretrovirales nos alcanzan hasta septiembre y no tenemos vacunas contra la polio, en un momento en el que estábamos a punto de eliminar la enfermedad”, confirma Riungu. “Las consecuencias pueden ser catastróficas, porque en estos momentos, además, Kenia está acogiendo a refugiados de países como Somalia o Sudán del Sur, con servicios sanitarios fallidos, y los niños que llegan no están vacunados, lo que puede erosionar todos nuestros logros de los últimos años”, añade.Diego Menjíbar
Brayan Mathenge (25 años) es economista y coordinador del Centro de Justicia de Githurai, un ‘slum’ a las afueras de Nairobi. Participó activamente en las protestas de 2024, que considera una culminación histórica de décadas de injusticias sociales y políticas: ejecuciones extrajudiciales, violencia estatal, crisis alimentaria y pobreza. Las movilizaciones, dice, “marcaron un despertar político de una generación históricamente marginada en los procesos de toma de decisiones”. Por eso los jóvenes siguen protestando. “El gobierno de William Ruto está robando el futuro a la juventud: niega oportunidades de empleo, eleva el coste de la vida y responde con brutalidad policial. Si no mueres de pobreza, mueres por una bala de la policía”, remata.
Brayan Mathenge (25 años) es economista y coordinador del Centro de Justicia de Githurai, un ‘slum’ a las afueras de Nairobi. Participó activamente en las protestas de 2024, que considera una culminación histórica de décadas de injusticias sociales y políticas: ejecuciones extrajudiciales, violencia estatal, crisis alimentaria y pobreza. Las movilizaciones, dice, “marcaron un despertar político de una generación históricamente marginada en los procesos de toma de decisiones”. Por eso los jóvenes siguen protestando. “El gobierno de William Ruto está robando el futuro a la juventud: niega oportunidades de empleo, eleva el coste de la vida y responde con brutalidad policial. Si no mueres de pobreza, mueres por una bala de la policía”, remata.Diego Menjíbar
Mutunge Wa Nwangi (27 años) protesta el 9 de junio frente a la comisaría central de policía de Nairobi, con un cartel en el que dice que el presidente del Gobierno de Kenia, William Ruto, “es el Fondo Monetario Internacional”.
Mutunge Wa Nwangi (27 años) protesta el 9 de junio frente a la comisaría central de policía de Nairobi, con un cartel en el que dice que el presidente del Gobierno de Kenia, William Ruto, “es el Fondo Monetario Internacional”.
Rosemary forma parte del Karibuni Power Women Group, un colectivo de mujeres seropositivas del ‘slum’ de Kibera, en Nairobi, que decidieron organizarse para combatir el estigma y la discriminación en torno al VIH en su comunidad. Ahora coordina un negocio colectivo de bisutería con cuentas de colores, telas africanas y animales decorativos. “Queríamos demostrar que ser seropositiva no es el final de la vida, que todavía podemos hacer algo, criar a nuestros hijos”, cuenta. Sin embargo, ahora ve en peligro los avances sociales. “Nos preocupa mucho que solo haya antirretrovirales en Kenia hasta septiembre”, alerta.
Rosemary forma parte del Karibuni Power Women Group, un colectivo de mujeres seropositivas del ‘slum’ de Kibera, en Nairobi, que decidieron organizarse para combatir el estigma y la discriminación en torno al VIH en su comunidad. Ahora coordina un negocio colectivo de bisutería con cuentas de colores, telas africanas y animales decorativos. “Queríamos demostrar que ser seropositiva no es el final de la vida, que todavía podemos hacer algo, criar a nuestros hijos”, cuenta. Sin embargo, ahora ve en peligro los avances sociales. “Nos preocupa mucho que solo haya antirretrovirales en Kenia hasta septiembre”, alerta.
Santana, artista y miembro del colectivo Kibera District Art, trabaja activamente en su comunidad para que los ciudadanos del mayor ‘slum’ de Nairobi puedan acceder al arte. “Mucha gente vive aquí porque es el único lugar que se pueden permitir”, reconoce. Cree que “las movilizaciones responden a que los ciudadanos pagan impuestos pero no ven progresos. Y no es muy optimista: “Los progresos son lentos”.
Santana, artista y miembro del colectivo Kibera District Art, trabaja activamente en su comunidad para que los ciudadanos del mayor ‘slum’ de Nairobi puedan acceder al arte. “Mucha gente vive aquí porque es el único lugar que se pueden permitir”, reconoce. Cree que “las movilizaciones responden a que los ciudadanos pagan impuestos pero no ven progresos. Y no es muy optimista: “Los progresos son lentos”.Diego Menjíbar
Justin Kapanga (25 años), experto en economía, atribuye el origen de la deuda pública de Kenia “al dinero que se pidió prestado para infraestructuras como carreteras o el ferrocarril”. “La corrupción llevó a que buena parte de los fondos acabaran en bolsillos privados, así que ahora los ciudadanos estamos pagando por proyectos que ni siquiera estamos disfrutando”, lamenta el 9 de junio durante una charla en Nairobi. También participó en las protestas de 2024, donde vio “morir a una persona”. “El futuro social de los kenianos está amenazado, el Gobierno ha propuesto incluso eliminar la gratuidad de los exámenes nacionales”, advierte.
Justin Kapanga (25 años), experto en economía, atribuye el origen de la deuda pública de Kenia “al dinero que se pidió prestado para infraestructuras como carreteras o el ferrocarril”. “La corrupción llevó a que buena parte de los fondos acabaran en bolsillos privados, así que ahora los ciudadanos estamos pagando por proyectos que ni siquiera estamos disfrutando”, lamenta el 9 de junio durante una charla en Nairobi. También participó en las protestas de 2024, donde vio “morir a una persona”. “El futuro social de los kenianos está amenazado, el Gobierno ha propuesto incluso eliminar la gratuidad de los exámenes nacionales”, advierte.Diego Menjíbar
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