José Cueli: ¿Dónde quedó la dignidad?

¿Dónde quedó la dignidad?
José Cueli
¡Q
ue no puede ser! ¡Que esto es imposible! Me decía mientras me desayunaba mi café con leche y leía un encabezado de La Jornada: “Seis mexicanos tienen ingresos por el 50 por ciento. La otra mitad nos repartimos los otros 50”.
Dónde quedó nuestra dignidad que parece haber perdido México frente a la miseria del campesino indígena expulsado a las ciudades al poder del hampa, que parece ganar la batalla.
Andando los siglos, el Quijote no se pierde, llega a nuestros días sumido en igual pobreza que la nuestra. Casi perdemos el orgullo de la rancia ascendencia debido a la cada vez hacienda más corta, blasones carcomidos, la dignidad que mostrábamos similar a la del Quijote firme de trazo, sobria de colorido.
Era el Quijote un hidalgo de lugar, medianamente acomodado. En vestidos sin lujo, un comer sin regalo consumía tres cuartas partes de su pobre hacienda. En nada se ocupaba, el trabajo era cosa de villanos, así los ratos que estaba ocioso eran los más del año.
Por instinto de señorío prefería los libros de caballería en que se narraban hazañas de grandes señores. Su pequeña fortuna la invirtió en buscar solaz a su espíritu, en el que se engendra un exaltado idealismo, en el que estaba presente la dignidad. Esa que se nos escapa…
Este hidalgo quijotesco, lo mismo de otra y de esta época, era o es en su pobreza feliz –porque tenía pura la sangre de su linaje–, pan para nutrirse, casa blasonada que le prestaba abrigo en el invierno, sombra en el verano. Es decir, tenía cuanto un pobre de su alcurnia, sus ideas, su carácter, podía apetecer en los tiempos que corrían, en ello fundaba la mayor vanidad.
La pobreza, la miseria, no excluyen la dignidad, lo mismo ayer que hoy en la casta. Esa casta que heredamos, requerimos para enfrentar nuestro idealismo mágico al pragmatismo propiciador del hambre de los marginales unida a la violencia extrema.
¿Dónde quedó nuestra dignidad?
El alumno universitario mexicano se pone en las botas del vencido –el Quijote–, se vive atraído, hasta cautivado por lo que dice y no dice; lo que sugiere, entresaca, hurga, e ironiza traduciendo carácteres, perfiles que nosotros mismos, sus fraternos de otras ciudades, latitudes patrias, aparecen como distintos, indescifrables. Sí, distintos incluso como cultura, entidad social. Con unas tradiciones, gustos, cocina, preferencias que no sabemos interpretar; fiestas que no entendemos, pero sorprenden al margen de las condiciones sociopolíticas, desfavorables para ellos.
Los alumnos universitarios no han dejado de vivir, pero sí de moverse. Por eso se ven pasivos, apáticos, como máscaras de esa casta heredada del hidalgo Quijote.
¡Con la agresión a punto de estallar!
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