Queso blando, tiempo que fluye. ¿Qué conecta a Salvador Dalí con... el camembert?

Antes de que Salvador Dalí convirtiera el queso en un icono del surrealismo, este discreto ingrediente de muchas comidas ya ocupaba un merecido lugar en la historia del arte. En los bodegones holandeses del siglo XVII , el queso no solo era un elemento estético de la composición, sino también un símbolo de riqueza, frugalidad y buen gusto. Artistas como Clara Peeters y Floris van Dijck representaban montones de queso con una devoción casi religiosa, con atención al detalle, la textura y la luz. En sus pinturas, el queso tentaba no solo el paladar, sino también la vista: rodajas de gouda o bolas verdosas de edam estimulaban los sentidos con la misma eficacia que una copa de vino tinto, y el queso se convirtió en una inspiración literal con un profundo mensaje.
Jean-Baptiste-Siméon Chardin, el maestro francés de la naturaleza muerta del siglo XVIII, trataba el queso con aún mayor delicadeza. Para él, ya no era un símbolo de opulencia, sino de modesto lujo doméstico: un testimonio de lo cotidiano que esconde belleza.
Sin embargo, fue Salvador Dalí —quien afirmó que «el surrealismo soy yo»— quien le dio al queso una nueva dimensión: conceptual, emocional e incluso metafísica. El queso se convirtió en su inspiración para crear una de sus obras más importantes, que a primera vista no tenía nada que ver con el queso.
Los relojes derretidos, el elemento más reconocible de Dalí, aparecieron por primera vez en la obra "El Pescador (Hombre Pescado)" de 1930, anunciando un nuevo motivo surrealista que el artista desarrolló con creciente intensidad en los meses siguientes. El símbolo acompañó otras seis pinturas, ganando gradualmente en importancia y elaboración formal. Este tema culminó en la icónica " La Persistencia de la Memoria", en la que el fluir del tiempo adquirió su forma definitiva, casi mítica.

Era una escena como tantas otras: una tarde de verano, una cocina vacía, Gala, su amada, ausente , y en un plato… un camembert que se derretía lentamente con el calor. Para la mayoría de nosotros, esto probablemente sería una señal para guardar el queso en la nevera. Para Dalí, fue un momento revelador. En una entrevista, el artista admitió que la visión del queso derretido lo inspiró a crear el símbolo más importante de su obra: relojes blandos y derretidos.

Lo que Dalí vio en el Camembert no fue simplemente un fenómeno físico. El queso derritiéndose bajo la influencia del calor se convirtió para él en un símbolo de la elasticidad del tiempo, su inestabilidad y relatividad , temas que lo habían preocupado durante mucho tiempo y que se vieron reforzados por las teorías pioneras de Einstein y Freud.
Relojes en el icónico cuadro de DalíEl cuadro «La persistencia de la memoria» representa un páramo , un paisaje inspirado en su Portlligat natal, Cataluña. Sobre el fondo de un árbol seco, un olivar muerto, acantilados y una costa desierta, se encuentran tres relojes blandos que literalmente gotean de las ramas, el borde de una mesa y una forma orgánica, extrañamente amorfa, que se asemeja al rostro de un hombre dormido. Solo el cuarto reloj —naranja, rígido— está cubierto de hormigas, lo que, según Dalí, simboliza la fugacidad.
Todo esto en conjunto crea un paisaje onírico que parece desafiar las leyes físicas del mundo. Los relojes simbolizan no solo el paso del tiempo, sino también su percepción subjetiva , como en un sueño, donde el presente se mezcla con el pasado y el futuro parece coexistir. Es la imagen de una experiencia en la que el tiempo ya no es algo sólido, sino una masa líquida y densa , como el Camembert disuelto.
Salvador Dalí: no sólo Freud y Einstein, sino también la cocinaSi bien es fácil hablar de la influencia del psicoanálisis de Freud y de la teoría de la relatividad de Einstein en Dalí , su obra estaba igualmente profundamente enraizada en experiencias sensuales y cotidianas, a menudo francamente culinarias.
Para Dalí, el queso no era solo un motivo simbólico. También formaba parte de una obsesión por la consistencia, la textura y la transformación de la materia. La suavidad, la fusión, la frontera entre lo sólido y lo líquido: estos eran fenómenos que lo fascinaban no solo como pintor, sino también como experimentador de la realidad.
La desintegración de los recuerdos y los átomosEn la década de 1950, Dalí volvió a su famosa pintura y creó una réplica de la misma, La desintegración de la persistencia de la memoria, esta vez con relojes, fragmentos de paisajes y otros elementos flotando en el espacio como moléculas bajo un microscopio .
Dalí se interesó por la física cuántica, la religión y el mundo subatómico. Lo que antes se había derretido como queso ahora se desintegraba en partículas, como si el paso del tiempo no solo hubiera deformado el mundo, sino que también lo hubiera atomizado.
Arte que madura como el quesoA lo largo de su vida, Dalí se debatió entre el arte y el espectáculo, entre la genialidad y la autoparodia. Fue criticado por comercializar su propia imagen, acusado de oportunismo político, pero es innegable su influencia en la cultura. Andy Warhol, Jeff Koons y Damien Hirst se refirieron a Dalí como un pionero del pensamiento visual basado en la confrontación entre lo banal y la gran idea.
Y pensar que todo empezó con el queso. Con un camembert común y corriente, de esos que se deforman con el calor del sol y cobran vida propia, como un recuerdo, como el tiempo, como un sueño.
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